EL REFLEJO.

Era una cálida tarde de verano cuando llegue a casa de Isabel. El pueblo resplandecía bajo un sol dorado que flotaba sobre esponjosas nubes de brillante color. Caminé tranquilamente por las calles pintorescas hasta encontrar la dirección correcta. Isabel vivía en una vieja casa de color azul, más alta que ancha, la cual lucía unas largas cortinas floreadas en tonos pastel que adornaban perfectamente las ocho ventanas que daban hacia la calle. La fachada estaba cubierta casi en su totalidad por flores de buganvilia de intenso colorido que se extendían hacia el cielo trepando adheridas a la pared. Toqué el timbre. Una mujer joven y delgada abrió la puerta invitándome a pasar. Tenía alrededor de treinta años, el cabello corto teñido y los ojos enrojecidos probablemente de insomnio. Era Isabel. Esa Isabel, amiga mía, de suave voz y dulce mirar, un tanto acabada por los años que si bien no habían sido muchos, si habían sido bastante duros. El tiempo había pasado y ahora ella vivía en es casona que en algún tiempo hubiese sido nuestro hogar. El orfanato ya no albergaba niños corriendo por los pasillos o jugando en el jardín, más me parecía oír sus voces, sus cantos, sus risas. Casi podía verlos, sentirlos respirar. Justo en el momento en que entre en la estancia, la sensación exterior de calidez y seguridad se desvaneció abriendo paso a un sentimiento inquietante, casi siniestro, lo cual se debía parcialmente a que la única fuente de luz en aquella habitación en penumbra era el raquítico foco de luz amarillenta que colgaba del techo y que amenazaba insistentemente con apagarse por completo, variando continuamente su intensidad luminosa, lo que se podría atribuir a una mala instalación eléctrica, sin embargo aquello despertaba en mi ser una inexplicable curiosidad, lo que Isabel interpretó como miedo o nerviosismo interrumpiendo así mis pensamientos
.-Me da gusto que hayas llegado, bien.- Su voz era seca y débil.- No sabes cuanto me ha costado encontrarte.
-Me imagino… Debe ser… difícil… vivir sola en estas condiciones…
-Pero no estoy sola…- Estas cuatro últimas palabras fueron casi inaudibles, tanto que por un momento pensé que lo había imaginado.
-No, ya veo.- dije apresuradamente mirando a mi alrededor sin prestar atención a lo que decía,
lo cual le causó gracia a mi amiga. Su risa era fresca y despreocupada. Nos sentamos en el
sofá a conversar un rato sobre trivialidades antes de instalarme en mi nuevo cuarto, o mejor dicho, mi viejo cuarto.
El sol estaba a punto de ocultarse tras las montañas cuando Isabel entró en la habitación cargando una bandeja con lo que parecía ser té y galletas, al tiempo que yo me metía en la cama.
-Buenas noches.- Estaba siendo muy amable pero había algo oculto en su sonrisa que ella no podía esconder y yo no podía ignorar.-  ¿Por qué me hiciste venir Isabel?- sentí como se sentaba en el borde de la cama y me ofrecía la bandeja con las galletas.
-Necesito que hagas algo por mí, Ya lo entenderás, por ahora descansa, sueña…
Tomé un trago de lo que pensaba era té y resultó ser una bebida mucho mas fuerte que ardió en mi garganta y me hizo caer de inmediato en un sueño profundo y oscuro, muy oscuro. Cuando al fin la luz de la mañana volvió, me desperté en un cuarto totalmente vacio de segundo piso.
Llamé a mi amiga por mientras bajaba las escaleras, sin recibir respuesta alguna. Entre en la
cocina con la esperanza de encontrarla preparando el desayuno pero no estaba ahí. Tampoco estaba en la estancia ni en el baño. La busque en el comedor y en el patio. Llamé a la puerta de todos los cuatros de la casa, pero a excepción del donde había despertado yo, todos se encontraban cerrados con llave. Salí a buscarla al mercado y a la plaza, recorrí el pueblo entero dos veces, pregunte a cada persona que vi pasar en la calle, pero nadie la había visto, lo que es más, nadie parecía saber quien era. Una horas después de su desaparición, mi desesperación por encontrar aunque fuera una huella, una sola pista de su paradero me llevó hasta un pequeño café de la calle principal. Dos hombres de apariencia cansada y profesional conversaban abiertamente en la mesa junto a la mía. Me puse a escuchar atentamente lo que decían sin tener nada mejor que hacer para tratar de distraerme mientras tomaba una taza de tésin un gramo de azúcar. Fue así como me enteré del divorcio de uno, los hijos del otro , la boda de la prima, la comadre enferma, lo aburrido que era el pueblo y su frustrante trabajo en la morgue. Discutieron largamente sobre un nuevo caso sin resolver en el que trabajaba y describieron a la victima como una mujer joven de piel morena y cabello largo, lo cual a mi parecer era una descripción sumamente pobre ya que seguramente miles de mujeres en el país
coincidían con esas características. Todo cambió cuando, después de una larga pausa y varios sorbos de café, uno de los sujetos mencionó el nombre de la chica. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y sentí como la taza de té que sujetaba se resbalaba de entre mis dedos y caía al suelo quebrándose en mil pedazos, derramando su amargo contenido (empalagoso comparado con el que probé la noche anterior) en el piso mientras yo sentía como me desplomaba sobre mi silla, paralizada por el miedo. Uno de los doctores me ayudó a reincorporarme, preguntando incrédulamente si me encontraba “bien”. Me zafé violentamente de sus brazos y corrí desenfrenada por la calle hasta encontrarme frente al edificio. Al entrar me vi envuelta en un silencio tal que me permitía escuchar mi respiración entrecortada y me hacia sentir que a cada paso que daba el corazón iba a saltarme del pecho. El laboratorio tenia delgadas puertas de cristal, y al infiltrarme en aquel santuario de difuntos y formol, lo vi. Vi el cuerpo recostado sobre una mesa metálica, cubierto por una sábana blanca, y al descubrir el rosto encontré ante mi el cuerpo inerte de Lucy Lara.  Aún sin poder dar crédito a mis ojos ahí
estaba mi cuerpo. Al volverme hacia la entrada, vi claramente reflejado en el cristal el interior de la habitación: Las lámparas de luz incandescente, los utensilios extraños, mi cadáver en la mesa de exploración, y donde se suponía que debería encontrarse mi reflejo, la figura de la joven asesina. .Isabel

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